27 de agosto de 2011

La fabulosa historia de cómo entré y salí del rebaño recordando había olvidado. Parte 1.

Prisa. Pasos ligeros. Respiración acelerada. Era uno de esos días en los que yo era una más de este mundo de "no llego, date prisa, corre, vamos, no te entretengas". De este planetita en el que las personas tienen demasiada prisa como para percatarse de que no saben ni por qué corren, inercia supongo.

Probablemente mi velocidad hizo que no me percatara de que por alguna extraña razón, en el cielo nocturno surcaban aves blancas. Tampoco me dejó ver que el muchacho que esperaba al autobús sabía tocar la guitarra y era zurdo, o de que dos viejos amigos se estaban reencontrando tras mucho tiempo en mitad de mi camino. Fue una pena no percatarme de que a la mujer sentada en el banco le colgaban los piececitos gracilmente debido a su baja estatura. Esas pequeñas cosas que le otorgan identidad a mi personalidad.

Todo estaba por medio, quitadse ¿no veis que llego tarde? Entonces en mi cabeza apareció la melodía más bella que había conocido. Y la conocía. Cerré los ojos, no estaba en mi cabeza, lo traía el viento.